Todos las fotografías de Pablo Corral Vega, de los libros “Andes” (National Geographic, 2001) y “25” (Latina Editorial, 2007).Como en la memorable escena del “Mago de Oz,” se ha descorrido el velo de la fotografía. El mago, alquimista, poderoso conjurador de imágenes, artista de los reveladores y de los grises, es en realidad un hombre cualquiera. Sus antiguos trucos han perdido el poder de asombrar.
Es el mejor momento para la fotografía y el peor para los fotógrafos. Es el lenguaje indiscutido del siglo XXI, pero es cada vez más difícil ser un fotógrafo profesional, vivir de la fotografía. Perdimos el monopolio de la imagen, el secreto de su magia.
This article is available in English.Nunca antes ha habido tantas personas con acceso a una cámara fotográfica. Ahora existen miles de millones (billions) de cámaras incorporadas en celulares y este es un fenómeno que apenas comenzó en el año 2000. Esta radical democratización de la fotografía no es un hecho que ocurre sólo en los países desarrollados, hay enormes poblaciones con ingresos muy limitados en la India, Africa o América Latina que usan teléfonos celulares.
De acuerdo a Ramesh Raskar y su equipo de científicos del MIT, en menos de una década sólo los profesionales y algunos aficionados serios usarán “artefactos fotográficos”: los celulares tendrán una calidad tal que habrán reemplazado completamente a las cámaras compactas.
Antes de la proliferación de la cámara digital la fotografía de calidad profesional era el reducto de unos pocos que poseíamos un equipo caro y difícil de manejar, que podíamos comprar la película y que sabíamos exponerla correctamente, que teníamos acceso a los laboratorios especializados. Los fotógrafos profesionales nos hemos quedado sin piso, perdimos en un corto tiempo la ventaja que nos había dado el conocer una técnica críptica y que guardábamos con celo. Cualquiera puede comprar ahora a un precio razonable la misma cámara que un profesional usa y conseguir similares resultados técnicos.
Pero la transformación más radical no está en la manera en que capturamos las imágenes, sino en la manera en que las compartimos. Antes teníamos que imprimir las fotografías en papel—un proceso costoso—y teníamos que enviarlas fisicamente. Eso necesariamente limitaba los usos y la cantidad de lectores de la imagen. Ahora multiplicamos digitalmente nuestros archivos, enviamos nuestra fotos por correo electrónico, las colgamos en Flickr, las añadimos a Facebook o las exponemos en sitios de arte ciudadano como DeviantART. Y claro, ahora también las podemos imprimir en tamaños inimaginables y sobre toda clase de superficies.
Es un proceso similar al que se vivió en Europa luego de la invención de la imprenta. Antes de aquel hito sólo unos pocos sabían leer y escribir. La imprenta democratizó la palabra escrita, la sacó de los confines eruditos de los monasterios. La escritura se empezó a usar para toda clase de propósitos cotidianos.
El lenguaje de la imagen, que era dominado por pocos, va a ser usado en espacios insospechados y va a cumplir funciones sociales inéditas. Su uso generalizado, cotidiano le va a ofrecer mayor potencia, vitalidad.
Pero este proceso llevará necesariamente a una trivialización de la fotografía. Ya estamos inundados de imágenes y es difícil reconocer las pocas que cuentan y evocan y transforman y dicen, las que aún están cargadas de significado. Las hay y muchas, sin duda. Es más fácil verlas y compartirlas. Y somos muchos más los que ahora contribuimos a construir ese acervo visual. Pero para encontrar esas fotos especiales, las que tienen la capacidad de convertirse en símbolos personales o colectivos, se necesita de un silencio que se va haciendo cada vez más escaso. Es más sencillo guardarlas todas, compartirlas todas. Acabamos inundados, saturados por el exceso.
La crisis nos va a obligar a los fotógrafos profesionales a recuperar la humildad y a hacernos una pregunta básica y urgente: ¿por qué fotografiamos? El dinero o la fama no van a ser ciertamente razones para seguir este camino. Me pregunto ¿cuántos profesionales van a poder seguir viviendo de su trabajo?
La mayor parte de personas fotografían simplemente porque quieren recordar, afirmar los afectos, dejar un testimonio de sus vínculos, una prueba visible de que fueron y de que amaron y celebraron. Algunos lo hacemos porque queremos denunciar la belleza, pedir a los otros que miren con asombro este mundo complejo—doloroso y maravilloso a la vez. Fotografiamos porque queremos compartir, porque queremos decir a los otros “mira, presta atención, mis ojos enriquecen a los tuyos.”
Mis razones para fotografiar son bastante sencillas. Tomo fotos porque hacerlo me hace feliz. La fotografía me ha enseñado el valor inmenso de estar presente, estar donde estoy, prestar atención a lo que pasa alrededor de mi. La cámara es un puente que me conecta con los demás, un pasaporte que me permite ingresar en el mundo de los otros.
La magia de la fotografía tal vez es más simple de lo que pensábamos. No requiere de herramientas poderosas ni de alquimias secretas. Es un lenguaje como los otros para hablar de lo humano, para que nos reconozcamos el uno en el otro, para que recordemos la importancia de mirar con bondad y poesía.
Pablo Corral Vega, un 2011 Nieman Fellow, es un fotoperiodista Ecuatoriano que ha publicado su trabajo en las revistas National Geographic y The New York Times Sunday Magazine. Es el creador y editor de Nuestra Mirada, la red más grande de fotoperiodistas en América Latina, y el organizador de el concurso de periodismo visual Pictures of the Year Latino América.