Más de un periodista en México se quedó perplejo. Después de que autoridades informaron las medidas para evitar contagios del Covid-19, como guardar distancia física con otras personas, el presidente Andrés Manuel López Obrador encabezó un evento masivo sin cuidar esos consejos básicos.
“ESTAMOS 5 MIL PERSONAS O MÁS A LA ESPERA DEL #presidente @lopezobrador_ ESTO VA EN VS. DE TODA REGLA EN TIEMPOS DE CONTINGENCIA DE #coronavirus (…) Y VS. DE RECOMENDACIONES DE SALUD”, tuiteó el 19 de marzo un periodista apretujado en la multitud.
Durante dos semanas, el presidente siguió encabezando actos masivos que periodistas tenían que cubrir, cuando al mismo tiempo deben informar de medidas sanitarias contrarias a lo que hace el presidente. Todo esto en un ambiente de polarización política y social que existía antes de la pandemia, pero que con el COVID-19 encontró un terreno fértil en mensajes contradictorios que se dan dentro del propio gobierno.
Mientras la Secretaría de Salud federal da conferencias de prensa todas las tardes para actualizar casos de contagios y explicar medidas contra la pandemia, López Obrador contradice a sus propios especialistas. Cuando se promovía el aislamiento, lanzó un mensaje pidiendo a la gente que saliera a las calles para no matar la economía. Cuando se pedía guardar distancia mantenía eventos masivos en los que se dejaba abrazar y besaba a niños. Cuando se le preguntó sobre sus medidas para cuidarse del virus, mostró estampas religiosas como amuletos que protegerían a los mexicanos de contraerlo.
La estrategia del gobierno de López Obrador, a diferencia de otros países, ha sido cuidar la economía de los más pobres y de aquellos que trabajan en el sector informal, evitando medidas tempranas o autoritarias de encierro. Estas decisiones compiten con la información que circula en redes sociales que transmiten el consenso entre países occidentales de ordenar a los ciudadanos a encerrarse -en muchos casos usando la fuerza pública- y cerrar fronteras para evitar contagios.
Al recibir cuestionamientos el presidente responde con la misma fórmula que ha usado durante su mandato: acusar a sus opositores políticos y a la prensa de estar en su contra.
En este ambiente de mensajes oficiales contradictorios y diversas cadenas de mando, donde difundir o cuestionar cierta información es tomado como sesgo periodístico, la tarea de informar se dificulta.
Si bien, las oficinas de gobierno federal cerraron a partir del viernes 27 de marzo, cinco días antes se suspendió el servicio en las unidades de transparencia de información pública. Muchos trabajos periodísticos se detuvieron. Las dudas sobre la pandemia deben preguntarse en las conferencias diarias de la Secretaría de Salud, o en las conferencias que a diario da el presidente sobre distintos temas.
Los peligros de la confusión, de la ausencia de información y de la divulgación de noticias falsas en una emergencia sanitaria son lecciones que aprendimos en la práctica en 2009, cuando los periodistas mexicanos estuvimos en la primera línea de la cobertura de la epidemia que durante semanas paralizó la actividad económica.
En aquel año nos lanzamos sin red protectora: Hicimos entrevistas en las salas de espera del hospital donde se concentraba a los pacientes más graves por dificultades respiratorias, fuimos a velorios, entrevistamos a los familiares muertos y enfermos, salimos a las calles cuando el país estaba en cuarentena, protegidos únicamente con cubrebocas y evitando contacto físico. No pocos llegamos a sentir síntomas que nos hicieron caer en cama pensando que íbamos a morir.
En aquel año también dudamos de las cifras oficiales, cuando el conteo de casos de contagio de H1N1 era menor al que otros reportaban. Hasta el día de hoy queda la sensación entre los ciudadanos de que nos ocultaron información.
Once años después la situación no es muy diferente, existe un sector que confía en que el gobierno hace bien las cosas, otro que piensa que miente, y de nuevo los periodistas hacen su trabajo de verificar la veracidad del discurso muchas veces saliendo a las calles a investigar y asumiendo el riesgo de aprender empíricamente con el riesgo de cometer errores.
El 18 de marzo una mujer afuera de un hospital denunció que su esposo acababa de fallecer con coronavirus aunque nunca le hicieron pruebas. Estaba rodeada de periodistas. Al poco tiempo el gobierno le dio la razón y confirmó la primera muerte por contagio, y que ella también estaba contagiada aunque era asintomática.
La información oficial de que la crisis se ha manejado correctamente no a todos convence. Se indaga si se ha ocultado si se minimizó el uso de pruebas, si se hicieron filtros en los aeropuertos, si el personal médico tiene el equipo necesario, si los hospitales tienen la suficiente capacidad para una pandemia, si el coronavirus se está camuflando con muertes por neumonía, si algunas muertes fueron por coronavirus pero sus casos no fueron revisados por autoridades de salud, si será cierto que los contagios en las ciudades fronterizas con Estados Unidos no traspasaron el muro.
En estas realidades paralelas donde recibimos noticias de morgues congestionadas y muertes solitarias y horribles en otros países, y el contagio aumenta cada día en México, sólo un 30% de los habitantes de la Ciudad de México atendió el llamado a quedarse en casa.
En chats de grupo comenzamos a hacernos preguntas difíciles intentando prever escenarios futuros: ¿Qué hacer con las redacciones que entren en cuarentena?, porque ya se han detectado contagios de dos empleados en la televisora más importante. ¿Cómo proceder si un periodista resulta contagiado en un evento que fue a cubrir? ¿Cómo verificar información cuando se pide restringir contacto y movilidad?
En las redes han surgido denuncias contra medios de comunicación que no han permitido a sus empleados aislarse (“contradiciendo las medidas recomendadas por autoridades). En otros casos se han registrado recortes salariales o despidos de empleados; en otro caso una agresión a periodistas que intentaban entrevistar a trabajadores de la salud, mientras continúan las descalificaciones en redes sociales a periodistas que cuestionan las políticas de salud.
En los grupos circulan mensajes preocupados como estos: “nos convocaron a conferencia un lugar donde no podemos cuidar distancia”, “tuvimos que seguir la gira del presidente en una camioneta donde íbamos reporteros apretados”, “¿cómo están haciendo coberturas en los hospitales porque no encontramos cubrebocas?”
En las redacciones tradicionales donde no existía la cultura del trabajo remoto se ha dificultado introducir los cambios en la dinámica de producir noticias. Es notoria también la brecha digital entre periodistas que no estaban acostumbrados a los avances tecnológicos.
A los desafíos logísticos se suman los psicológicos. ¿Cómo manejar el impacto emocional de cubrir una pandemia? A la presión de tener que estar conectado todo el tiempo con las noticias, y generando noticias, se suma el estrés acumulado por la cobertura de la violencia extrema en algunas zonas, por la precarización laboral, y ahora por el aislamiento.
Algunas redes locales comenzaron a articular protocolos para autocuidado al hacer el oficio y pedir condiciones sanitarias en ruedas de prensa y condiciones de trabajo a los dueños de las empresas periodísticas.
En grupos de colegas comienza a hablarse de esa ansiedad o de redacciones donde todo el equipo necesita contención psicológica virtual.
En la nueva realidad en las comunidades virtuales de periodistas también comienzan a articularse iniciativas para organizar coberturas colaborativas sobre la pandemia, intercambiar de información entre pares, promover las medidas de cuidado lanzadas desde el gobierno, y comienzan a darse capacitaciones a través de redes sociales o plataformas de comunicación para difundir herramientas de seguridad y prácticas responsables, así como grupos de apoyo psicológico entre colegas para enfrentar juntos, y entre todos, los retos que esta pandemia presenta.